top of page

SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI

Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra
esperanza. II. La vida de Jesús. Los encuentros. 4. El
hombre rico. Jesús «lo miró con amor» (Mc 10,21)

Queridos hermanos y hermanas: hoy nos detenemos en
otro de los encuentros de Jesús narrados en los Evangelios.
Esta vez, sin embargo, la persona que encuentra no tiene
nombre. El evangelista Marcos la presenta simplemente
como «un hombre» (10,17). Se trata de un hombre que
desde joven ha observado los mandamientos, pero que, a
pesar de ello, aún no ha encontrado el sentido de su vida.
Lo está buscando. Quizá es alguien que no se ha decidido
del todo, a pesar de parecer una persona comprometida. De
hecho, más allá de las cosas que hacemos, de los
sacrificios o de los éxitos, lo que realmente importa para ser
feliz es lo que llevamos en el corazón. Si un barco debe
zarpar y dejar el puerto para navegar en alta mar, aunque
sea un barco maravilloso, con una tripulación excepcional,
si no leva los lastres y las anclas que lo mantienen sujeto,
nunca podrá partir. Este hombre se construyó un barco de
lujo, ¡pero se quedó en el puerto! Mientras Jesús va por el
camino, este hombre corre a su encuentro, se arrodilla ante
Él y le pregunta: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para
heredar la vida eterna?» (v. 17). Observemos los verbos:
«¿Qué debo hacer para tener en herencia la vida eterna?».
Como la observancia de la ley no le ha dado la felicidad y la

seguridad de ser salvado, se dirige al maestro Jesús. Lo
que llama la atención es que este hombre no conoce el
vocabulario de la gratuidad. Todo parece debido. Todo es
una obligación. La vida eterna es para él una herencia, algo
que se obtiene por derecho, a través de una meticulosa
observancia de los compromisos. Pero en una vida vivida
así, aunque ciertamente a fin de bien, ¿qué espacio puede
tener el amor? Como siempre, Jesús va más allá de las
apariencias. Si por un lado este hombre pone ante Jesús su
buen currículum, Jesús va más allá y mira en su interior. El
verbo que usa Marcos es muy significativo: «lo miró con
amor» (v. 21). Precisamente porque Jesús mira en el
interior de cada uno de nosotros, nos ama tal como somos
realmente. ¿Qué habrá visto, de hecho, en el interior de
esta persona? ¿Qué ve Jesús cuando mira en nuestro
interior y nos ama, a pesar de nuestras distracciones y
nuestros pecados? Ve nuestra fragilidad, pero también
nuestro deseo de ser amados tal como somos. Mirándolo
en su interior – dice el Evangelio – «lo miró con amor» (v.
21). Jesús ama este hombre antes de haberle dirigido la
invitación a seguirlo. Lo ama tal como es. El amor de Jesús
es gratuito: exactamente lo contrario de la lógica del mérito
que atormentaba a esta persona. Somos realmente felices
cuando nos damos cuenta de que somos amados así,
gratuitamente, por gracia. Y esto también vale en las
relaciones entre nosotros: mientras intentemos comprar el
amor o mendigar afecto, esas relaciones nunca harán que
nos sintamos felices. La propuesta que Jesús le hace a este
hombre es cambiar su forma de vivir y de relacionarse con
Dios. Jesús reconoce que, dentro de él, como en todos
nosotros, hay algo que falta. Es el deseo que llevamos en el
corazón de ser queridos. Hay una herida que nos pertenece
como seres humanos, la herida a través de la cual puede
pasar el amor. Para llenar este vacío no hay que «comprar»
reconocimiento, afecto, consideración; en cambio, hay que

«vender» todo lo que nos pesa, para liberar nuestro
corazón. No sirve de nada seguir quedándonos con las
cosas, sino más bien dar a los pobres, poner a disposición,
compartir. Finalmente, Jesús invita a este hombre a no
quedarse solo. Lo invita a seguirlo, a estar dentro de un
vínculo, a vivir una relación. Solo así, de hecho, será
posible salir del anonimato. Podemos escuchar nuestro
nombre solo dentro de una relación, en la que alguien nos
llama. Si nos quedamos solos, nunca oiremos pronunciar
nuestro nombre y seguiremos siendo «alguien», anónimos.
Quizá hoy, precisamente porque vivimos en una cultura de
autosuficiencia e individualismo, nos descubrimos más
infelices, porque ya no oímos pronunciar nuestro nombre
por alguien que nos quiere gratuitamente. Este hombre no
acoge la invitación de Jesús y se queda solo, porque los
lastres de su vida lo retienen en el puerto. La tristeza es la
señal de que no ha logrado partir. A veces pensamos que
son riquezas y, en cambio, son solo pesos que nos están
bloqueando. La esperanza es que esta persona, como cada
uno de nosotros, tarde o temprano pueda cambiar y decidir
ir a alta mar. Hermanas y hermanos, encomendemos al
Corazón de Jesús a todas las personas tristes e indecisas,
para que puedan sentir la mirada de amor del Señor, que se
conmueve al mirar con ternura dentro de nosotros.

PAPA  FRANCISCO

leo-1.webp
IMG_3671-876x569.jpg

Encabezado 1

bottom of page