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DOMINGO DE RAMOS

 

Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra
esperanza. I. La infancia de Jesús. 2. El anuncio a a
María. Escucha y disponibilidad (cfr. Lc 1,26-38)
Queridos hermanos y hermanas: Al comienzo de su Evangelio,
Lucas muestra los efectos de la potencia transformadora de la
Palabra de Dios que llega no sólo a los atrios del Templo, sino
también a la pobre casa de una joven, María, que, comprometida
con José, todavía vive con su propia familia. Después de
Jerusalén, el mensajero de los grandes anuncios divinos,
Gabriel, que en su nombre celebra el poder de Dios, es enviado
a una aldea que la Biblia hebrea nunca menciona: Nazaret. En
aquella época era una pequeña aldea de Galilea, en la periferia
de Israel, una zona de frontera con los paganos y sus
contaminaciones. Precisamente allí, el ángel lleva un mensaje de
forma y contenido totalmente inauditos, tanto que el corazón de
María se estremece, se turba. En lugar del clásico saludo “la paz
sea contigo”, Gabriel se dirige a la Virgen con la invitación
“¡alégrate!”, “¡regocíjate!”, un llamamiento muy querido en la
historia sagrada, porque los profetas lo utilizan cuando anuncian
la venida del Mesías. Es la invitación a la alegría que Dios dirige
a su pueblo cuando termina el exilio y el Señor hace sentir su
presencia viva y operante. Además, Dios llama a María con un
nombre de amor desconocido en la historia
bíblica: kecharitoméne, que significa «llena de la gracia divina».
María es llena de la gracia divina. Este nombre dice que el amor
de Dios ha habitado desde hace tiempo y sigue habitando en el
corazón de María. Dice que ella está llena de gracia y, sobre

todo, que la gracia de Dios ha realizado en ella un “cincelado”
interior, convirtiéndola en su obra maestra: llena de gracia. Este
cariñoso sobrenombre, que Dios da sólo a María, va
acompañado inmediatamente de una tranquilización: «¡No
temas!», «¡No temas!» la presencia del Señor siempre nos da
esta gracia de no temer y así lo dice a María: «¡No temas!». «No
temas», dice Dios a Abraham, a Isaac, a Moisés, en la historia:
«¡No temas!».Y nos lo dice también a nosotros: «¡No temas,
sigue adelante, no temas!». «Padre, tengo miedo de esto»; «¿Y
qué haces tú cuando…?»; “Perdone, padre, le digo la verdad:
voy a la adivina…»; «¿Vas a la adivina?”; “Sí, a que me lea la
mano…». Por favor, ¡no tengan miedo! ¡No teman! ¡No teman!
Esto es hermoso. «Soy tu compañero de viaje»: esto le dice Dios
a María. El «Todopoderoso», el Dios de lo «imposible» (Lc 1,37)
está con María, está con ella y junto a ella, es su compañero, su
principal aliado, el eterno «Yo-contigo». Luego, Gabriel anuncia a
la Virgen su misión, haciendo resonar en su corazón numerosos
pasajes bíblicos que hacen referencia a la realeza y mesiazgo
del Niño que va a nacer de ella y que será presentado como
cumplimiento de las antiguas profecías. La Palabra que viene de
lo Alto llama a María a ser la madre del Mesías, el tan esperado
Mesías davídico. Es la madre del Mesías. Él será rey, no a la
manera humana y carnal, sino a la manera divina, espiritual. Su
nombre será «Jesús», que significa «Dios salva»; recuerda así a
todos y para siempre que no es el hombre quien salva, sino sólo
Dios. Jesús es Aquel que cumple estas palabras del profeta
Isaías: «No un enviado ni un ángel, sino Él mismo los salvó; con
amor y compasión. Esta maternidad estremece a María
profundamente. Y como mujer inteligente que es, es decir, capaz
de leer dentro de los acontecimientos, busca comprender,
discernir lo que está sucediendo. María no busca fuera, sino
dentro, porque, como enseña san Agustín, «in interiore homine
habitat veritas». Y allí, en lo más profundo de su corazón abierto,
sensible, escucha la invitación a confiar en Dios, que ha
preparado para ella un «Pentecostés» especial. Como al
principio de la Creación, Dios quiere «empollar» a María con su
Espíritu, un poder capaz de abrir lo cerrado sin violarlo, sin

menoscabar la libertad humana; quiere envolverla en la «nube»
de su presencia para que el Hijo viva en ella y ella en Él. Y María
se enciende de confianza: es «una lámpara con muchas luces»,
como dice Teófanes en su Canon de la Anunciación. Se
abandona, obedece, hace espacio: es «una cámara nupcial
hecha por Dios». María acoge al Verbo en su propia carne y se
lanza así a la mayor misión jamás confiada a una mujer, a una
criatura humana. Se pone al servicio: es llena de todo, no como
esclava, sino como colaboradora de Dios Padre, llena de
dignidad y autoridad para administrar, como hará en Caná, los
dones del tesoro divino, para que muchos puedan sacar de él
abundantemente.
Hermanas, hermanos, aprendamos de María, Madre del
Salvador y Madre nuestra, a dejarnos abrir los oídos a la Palabra
divina y a acogerla y custodiarla, para que transforme nuestros
corazones en tabernáculos de su presencia, en hogares
acogedores donde pueda crecer la esperanza.

PAPA FRANCISCO

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Encabezado 1

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